miércoles, 29 de enero de 2014

LA MAZAMORRA DE UVA


En Lunahuaná, donde el río le canta a la tierra, al sol y al hombre, se encuentra Uchupampa. En este edén, Olinda Yactayo nos ha enseñado la preparación de la “Mazamorra de Uva”. Un dulce que sigue vivo al paso del tiempo.  

Estudiante de periodismo
Universidad Jaime Bausate y Meza

Continuar su preparación es sinónimo de la tradición familiar y cultural del pueblo. Un saber que nació en el campo, en las casas de adobe ante la atenta mirada de los cerros, el susurro del viento y el arrullador canto del río Cañete. 

Han pasado largas décadas y esa herencia sigue despierta en los corazones de sus más fieles cultores y admiradores. Esa herencia que, al ser degustada, endulza la vida y rememora imágenes de la infancia. Esa combinación de colores y olores que la convierte en la apreciada Mazamorra de Uva, aún rescatada por los lugareños de Lunahuaná.

En el Anexo Uchupampa (nombre quechua que significa “área o campo del ají”), por ejemplo, el aprovechamiento de las uvas –como otros productos fructíferos y agrícolas– es un emblema local y regional. La mazamorra de esta fruta es, si hablamos de dulces y postres, una de sus más grandes maravillas que “se resiste al paso del tiempo y que es transmitida de abuelos a nietos, de padres a hijos”, según cuenta Olinda Yactayo, quien aprendió a preparar la “Mazamorra de Uva” observando a su abuela doña Margarita Casas.

Con Olinda, de cabello ensortijado y tez trigueña, nos hemos ubicado en la rústica cocina de su hogar que por años, la ha visto desarrollarse como una de las más destacadas cocineras y dulceras de la zona. Ella, para preparar la Mazamorra de Uva, empieza a moler seis mazorcas de maíz blanco y tres del morado hasta convertirlas en harina. Por otro lado, sobre un recipiente aplasta tres racimos de uvas verdes –de la variedad quebranta– y le extrae el zumo. En ambos procesos, utiliza un colador para separar el producto del residuo.

Olinda, siguiendo la receta original, en una olla con dos litros de agua combina los productos (harina y zumo de las uvas), clavo de olor y canela revolviéndolas con la ayuda de un cucharon, una y otra vez. Luego, agrega unas cuantas gotas de la esencia de vainilla para darle un toque de su aroma. Enciende la leña y cocina la espléndida mixtura de colores, sabores y texturas. Añade azúcar. Remueve y remueve por un tiempo aproximado de 20 a 30 minutos (para que no se formen grumos).

“La harina del maíz morado, por ser obtenida bajo un proceso natural, no ha perdido la antocianina, que es la pigmentación que le dará el color característico. Además, el zumo de las uvas verdes (preferible de las que están a punto de pintar) es el que le pondrá ese sabor agrio y especial a la mazamorra. Pues ahí están los secretitos”, manifiesta.

Una vez que la mezcla ha alcanzado el punto indicado, Olinda retira la olla del fuego y sirve la mazamorra sobre unos pequeños recipientes. Pero avisa que el proceso aún no ha concluido. Sabe que la mazamorra de uva necesita más cariño. Ese cariño que será transformado en espera. Se puede degustar caliente, sí, pero fría, su sabor y textura son mucho más agradables. Incluso la mazamorra al enfriarse tomará forma y se servirá, según la tradición, sobre la hoja de la uva como símbolo que lo heredado sigue tal y como los ancestros han dejado el saber.

Detalle: Para aprender y degustar la emblemática “Mazamorra de Uva” y otros saberes culinarios de Olinda Yactayo, usted puede ubicarla en su hogar ubicado en la misma carretera hacia Yauyos en el Anexo de Uchupampa (Lunahuaná, Cañete). O llamando al 982356831 para contactarla.

martes, 14 de enero de 2014

PORQUE SOY DE SAN LUIS


Estudiante de Ciencias de la Comunicación
Universidad Nacional “San Luis Gonzaga” de Ica

Se oye el hechicero sonido del cajón. El pueblo viejo, emblemático e histórico, que cobijó al afrodescendiente, al chino, al japonés y al andino, abre sus puertas. Extiende sus manos y nos regala, como desde hace más de 143 años, arte y cultura entremezcladas con el talento y la creatividad de sus hijos.

San Luis (Cañete, Lima) es, desde hoy y siempre, “Cuna del Folclore Afroperuano”. Pues en este suelo, de infinitos saberes, nacieron los primeros exponentes del arte negro. Del arte que corrió por las venas de don Caitro Soto y lo motivó, según cuenta Percy Castañeda, a crear la canción: “Negrito nací, el festejo lo bailo muy bien, porque soy de San Luis (de San Luis), Cañete eso sí…”, inspirado en Domingo Aguilar, abuelo del también sanluisino Manuel Donayre, “El Diamante Negro de la Canción Criolla”.

Aquí, conocer la Casa de la Colonia China, los cementerios (chino y japonés) y sus ex haciendas (La Quebrada y Santa Bárbara) es todo un privilegio, una experiencia para aprender y admirar. Pues recorrer por este semillero del folklore afroperuano significa transportarse al pasado, vivir el presente y a golpe de cajón, pensar en el futuro que su gente quiere. En aquel sueño de continuar, a través de su esencia cultural, la magia de su arte, la magia de sus costumbres y tradiciones. Y es que aquí, sí saben de ritmo negro. Ese ritmo elegante y señorial que hoy todos, afroperuanos y no afroperuanos, nos sentimos tan enamorados.

San Luis, ha cumplido 143 años de Creación Política. Por su aniversario su gente toda la semana estalla de color y emoción, por ese orgullo que llevan dentro. Ese orgullo con el que cada calle, cada Centro Poblado, ha salido a saludar a su pueblo a través de la tradicional Diana, y como no, a participar en el también tradicional Corso y Pasacalle desbordando toda esas energías acumuladas desde hace un año.

La Calle Comercio, por ejemplo, se ha hecho presente en ambas manifestaciones. Pues para ellos, la fiesta es sinónimo de vida, de unión con los vecinos. La reconciliación con el hermano alejado por algún problema más allá de ganar algún premio o recibir algo a cambio. Ellos, alegres y de lenguaje acriollado, saben lo que es recibir al de afuera, al que llega a conocerlos para relatar a colores sus expresiones. Saben pararse frente a la cámara y, con total naturalidad, sonreírle a la vida como lo han hecho los integrantes de la Familia Mora Lara, a quienes hemos encontrado en pleno ajetreos decorando, poco a poco, el carro alegórico que representaría a su cuadra. A esa cuadra donde, guiado por Jesús Calagua, conocimos personas maravillosas como Medalid, Gianinna, Tania, Cynthia, Guadalupe, Fernando y doña María Teresa.

SAZÓN SANLUISINA
A doña María Teresa Ramos, ágil y carismática, continuar preparando anticuchos -con la misma pasión de su madre- representa seguir aquel saber con mucha higiene, con mucho respeto. Ella, de buena sazón –como está condimentado su corazón–, es dueña de la Anticuchería “Yrvin, sabor peruano”, ubicado en la Calle Comercio 534. Su huarique es recomendable. Por algo sus más concurridos comensales dicen: “Los anticuchos de María Teresa, quien los prueba, no los deja”.

lunes, 6 de enero de 2014

BELLA SEÑORA, CARMELA NUESTRA


Estudiante de Ciencias de la Comunicación
Universidad Nacional “San Luis Gonzaga” de Ica

Ella, de cabellera ensortijada y larga, de rostro dulce y chaposo, es la Patrona del pueblo, la que vive en el lugar donde, hace muchos años, un 27 de diciembre decidió presentarse para desde ahí, observar –con esos ojos color miel– y proteger, sin excepción alguna,a sus hijos buenos y traviesos.Y es que en El Carmen (Chincha, Ica), emblemático e histórico, la fe y el amor que le profesan los carmelitanos hacia la Virgen del Carmen son tan inmensos que ella es capaz de reunirlos bajo un inclemente sol y puedan, por cuestión de sacrificio, participar de la tradicional misa afro que festejan en su nombre.

Con aquel nombre que la peoncita (una pequeña réplica de la Virgen del Carmen)ha caminado desde octubre por El Guayabo, San Regis, Chamorro y otros Centros Poblados para recoger limosnas y, luego de meses, aparecer mágicamente en medio del campo la noche del 24 de diciembre y poder ser recibida por los Hatajos de Negritos y Pallitas, quienes con velas encendidas, la acompañan hasta el templo donde rendirá cuenta a la Patrona de cuanto es lo que ha podido reunir para las celebraciones de los días 26, 27 y 28 de diciembre. Cosas de la costumbre, cosas de la tradición.

Durante la víspera del 27 de diciembre (fecha central de la festividad) la Virgen del Carmen desciende del altar mayor y es colocada en su anda donde es resguardada, misma Madre de Dios, por cuatro ángeles de túnicas rosadas. Por la noche, salerosa y emocionada, sale de su templo para reencontrarse con su pueblo y, desde allí, desde el atrio de su iglesia, escuchar la Santa Misa y recibir el cariño de sus fieles, quienes por devoción, le regalan una serenata criolla, castillos y bombardas.

EN EL NOMBRE DE MARÍA, SIN PECADO ORIGINAL
Envuelta por historias y milagros, la Virgen del Carmen, después de que le hayan ofrecido durante el día central tres misas afros (la primera a las ocho de la mañana; la segunda al mediodía, siendo esta la más importante; y la tercera a las seis de la tarde), muy puntual, a las ocho de la noche, inicia a recorrer el territorio que le pertenece, ese territorio el cual protege con mucho amor.

Y es por eso que a cada paso queman un castillo y lanzan bombardas que llenan de multicolores el cielo, mientras que los integrantes del Hatajo de Negritos y Pallitas de la Familia Fajardo, luego de un baile, la acompañan fieles a su estilo hasta el día siguiente.

Ese día donde el cielo se torna más azul de lo normal y regresa, antes del mediodía, a su iglesia bailando festejos, huaynos y marineras. Pues cuando ya está en atrio del templo, los Fajardos, unos alegres y otros acongojados porque no saben si –por cosas de la vida– volverán el otro año a participar de la costumbre, devuelven a los hijos de la Virgen del Carmen, quien se despide, agotada pero satisfecha, hasta el 16 de julio, día en que celebrará su cumpleaños porque ella es la Bella Señora, Carmela Nuestra.

MARÍA, UNA MADRE CARMELITANA
A doña María Herrera, integrante de la Cuadrilla de Mujeres de la Hermandad de la Virgen del Carmen, le sobra el carisma y buenas ganas con que me cuenta sobre la Patrona de su pueblo. Pues a ella, a quien conocí en el 2013 en la fiesta de Santa Efigenia; a quien sin saber sus datos la busqué por El Carmen como Marco a su madre; a quién con mucho afecto me colocó el escapulario de la Virgen del Carmen, mi eterno respeto y querer, porque en aquel pueblo de arte y folclore afroperuano, he encontrado, debo confesarlo, a una gran amiga, a una madre.

domingo, 5 de enero de 2014

HATAJO DE NEGRITOS (CON SU TOQUE DE VIOLÍN)


Estudiante de Ciencias de la Comunicación
Universidad Nacional “San Luis Gonzaga” de Ica

El Hatajo de Negritos es la expresión del sacrificio, de la pasión. De una pasión que dignifica, que enorgullece. De un sacrificio que une a los abuelos, padres, hijos y nietos, donde la alegría que mágicamente fluye por sus cuerpos, es significado de sentimiento y fe en cada canto, en cada zapateo que estalla satisfacción al compás del fantástico sonido del violín, el alma de esta costumbre que es todo un símbolo carmelitano, y que gira en torno al Jesús recién nacido, al niñito que descansa, tierno y apacible, en un pesebre.

Llegar del 24 de diciembre al 6 de enero a El Carmen, en la provincia Chincha, es oír la melodía del violín y las campanillas entremezcladas con un estruendo que nace del suelo generado por la fuerza de los contrapuntos que realizan los integrantes del Hatajo de Negritos quienes se aparecen, con o sin invitación, en el hogar del vecino que ha armado su misterio o nacimiento para, de alguna u otra forma, derrochar arte, energías y color por el nacimiento del hijo de María.

El Hatajo de Negritos de la Familia Fajardo, por ejemplo. Ellos, todos hombres por cosas de la costumbre y la tradición, llegan desde el Centro Poblado Chamorro (ubicado camino hacia El Carmen) vistiendo el traje tradicional (pantalón y camisa blancos exclusivos para el 24, 27 de diciembre y 6 de enero sobre las que lucen, en el caso de los pastores, bandas de seda adornadas con lentejuelas y espejillos, y en el de los caporales cintas de colores y espejillos) acompañados, claro está, del infaltable chicotillo y las campanillas, y poder continuar la costumbre que les dejaron sus ancestros. Esa costumbre de ritmo y fe inculcada por don Manuel Fajardo y doña Ofelia Anicama, patriarcas de esta numerosa estirpe familiar.

Con Teodoro Fajardo, Mayordomo de este Hatajo de Negritos, hemos iniciado una conversación aprovechando el agasajo que la Familia Chávez ha realizado para los incansables bailarines. Él, ágil y estricto, con chicotillo en mano recuerda que se inició bailando a los siete años en San Clemente (Pisco) cuando su padre, don Manuel, era Caporal. Ya han pasado largos años, y su experiencia –de buenas energías– dentro de la costumbre lo ha convertido en un gran maestro y guiador de quienes conforman esta danza declarada Patrimonio Cultural de la Nación bajo Resolución Ministerial N° 035-2012-VMPCIC-MC.

Será por eso que Moisés Fajardo, uno de los pastores mayores, entusiasmado nos presenta a los hijos de la Virgen del Carmen quienes observan todo desde donde están, desde los altares con arcos de flores sintéticas que han sido levantados por ellos. Pues los Fajardo tienen el honor y el privilegio de ser el único Hatajo, en todo El Carmen, de cuidar y adorar a estos dos niñitos, inquietos y andariegos, como nos cuentan, desde la nochebuena porque así marca la tradición. Y la tradición también establece que los tendrán que devolver a su madre el día 28, después que la Virgen del Carmen haya recorrido el territorio donde decidió quedarse para cuidar y bendecir.

Ese territorio donde vivió un maestro de maestros, un gran hombre que, envuelto por arte, decidió enseñar y dejar su saber al recordado don Amador Ballumbrosio. Su nombre fue José Lurita Pérez, un excelentísimo violinista gestor del Hatajo de Negritos de la época. De él poco se habla o se difunde, mejor dicho. Pues para quienes no saben, él participó del Primer Festival de Arte Negro (celebrado en Cañete en 1971) como violinista en compañía de don Amador, quien dentro de la delegación del Hatajo de Negritos, representante de Chincha, era el Primer Caporal.

Y es que si hablamos de los hijos carmelitanos que han hecho suyo el folclore afro-andino, será como contar el infinito carisma de quienes continúan y admiran esta costumbre de talento y emociones, de sobrevivencia y corazón, con su toque de violín.